Cuando se piensa en líderes globales con poder e influencia, la figura del Papa suele estar entre los primeros lugares. Sin embargo, a diferencia de presidentes, empresarios o incluso algunos clérigos de alto rango, el Sumo Pontífice no recibe un salario mensual por ejercer su trabajo al frente de la iglesia católica.
Esta decisión responde a una convicción personal del Papa Francisco, quien desde el inicio de su pontificado en 2013 dejó claro que su vocación está al servicio, no al beneficio económico.
El Papa Francisco renunció a percibir un sueldo como Pontífice. Si bien en décadas anteriores los papas contaban con una asignación mensual proveniente del presupuesto del Vaticano, Jorge Mario Bergoglio optó por seguir la misma línea de humildad que ha marcado su vida.
En palabras de la Santa Sede, “el papa no tiene salario” y el Vaticano es responsable únicamente de cubrir sus necesidades básicas.
Esto incluye alojamiento, alimentación, seguridad, transporte y atención médica, pero sin entregar un pago directo o una cifra mensual que pudiera considerarse salario.

De hecho Francisco vivía en la Casa Santa Marta, una residencia modesta dentro del Vaticano, lejos de los tradicionales aposentos papales que han sido ocupados por otros pontífices en el pasado.
Antes de llegar al Vaticano, cuando era arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio ya vivía bajo un estilo de vida austero, viajaba en transporte público y evitaba lujos.
Al convertirse en Papa, mantuvo esa filosofía de vida, lo cual se reflejó en su decisión de no cobrar sueldo y en la forma en que organiza sus actividades. Aunque no recibe salario, todas sus necesidades son atendidas por el Vaticano, lo que lo libera de gastos personales sin comprometer su misión pastoral.
En resumen, el papa Francisco no ganaba dinero por ser papa. Sus necesidades están cubiertas por el Vaticano, pero no hay una transferencia monetaria como ocurre en la mayoría de los cargos ejecutivos.
Su decisión ha roto esquemas dentro y fuera de la iglesia católica, mostrando que es posible ejercer un liderazgo global sin depender de un ingreso personal, lo cual fortalecía su credibilidad y cercanía con fieles de todo el mundo.
Para quienes se preguntan cuánto ganaba el máximo representante de la Iglesia católica, la respuesta es simple pero poderosa: nada, porque su mayor riqueza fue servir.